domingo, 25 de octubre de 2009
Todo esto por un concierto del que ni siquiera soy tan fan...
Síntesis de la era de las telecomunicaciones, este concierto promete lo imposible: – aunque con sus obvias fallas técnicas que no sé si atribuir a mi módem o al equipo técnico de U2- unir al mundo por un sólo motivo (por superficial que este sea) por un espacio de tiempo de entre dos o tres horas, pasando por alto las diferencias de raza, sexo, clase, credo, edad y, por primera vez, ubicación geográfica.
No me definiría como un fan de U2. La verdad me considero fanático de pocas cosas. No es que no haya cosas que me emocionan pero no suelo compartir esa idolatría a los ídolos populares. Me resisto a creer que pueda haber en el mundo alguien con gustos iguales a los míos. Esta bien compartir afinidades e intereses, pero me gusta sentir que no soy del montón. Aunque definirse, o negarse a hacerlo, como parte de un grupo selecto y completamente original también es utópico hoy día. Veamos el caso de los movimientos de contracultura. Esas que algunos llaman tribus urbanas con cierto desprecio. ¿Qué caso tiene definirse como punk, emo, skato, skater, cholo, pandroso, rastafari, gótico, dark, hippie, fresa, naco o como cualquiera de sus posibles combinaciones si ya hay en este mundo, deambulando igual que tú, otros tantos miles o millones que también quieren y creen ser únicos, especiales y diferentes?
A estas reflexiones me llevo un evento como el de hoy. Un evento del que creo se debe ser parte aunque no se sea fan. Es de esos eventos obligatorios, esos que todo el mundo debería presenciar para poder decir que pasó por este mundo en cierto espacio irrepetible de tiempo. Un concierto de música clásica o de los tres tenores; un clásico de fútbol en Argentina o España; un concierto de Michael Jackson o Madonna; participar en una marcha multitudinaria hacia el Zócalo o comer un plato de alguna comida exótica y asquerosa; probar alguna droga o pasar un día haciendo y diciendo las cosas que salieran de nuestros labios sin preocuparnos del que dirán; o cualquier cosa que les resulte estimulante y catártico, pero que no podrían morir sin haber intentado.
Todo esto por un concierto del que ni siquiera soy tan fan y del cual no les puedo platicar porque la transmisión – al menos para mí- se interrumpió. En fin, seguiré con mi tarea.
jueves, 22 de octubre de 2009
Generación X.
No se trata de una serie gringa ni de la descripción de alguna fiesta de Moni o Paul -ya quisieran que fueran en Palms Springs-. Se trata de la trama central del libro Generación X. Tales for an accelerated culture de Douglas Coupland. En él aparecen tres amigos que provienen de diferentes lugares, pero se identifican entre sí por sus “valores”, modos de entender la vida y sus vidas sin ambición ni ilusión. Sus nombres son Dagmar Bellinghausen, un ex-empleado de oficina de Canadá; Claire Baxter, una mujer de Los Ángeles, proveniente de una familia enorme y escandalosa; y Andrew Palmer, un hombre de casi treinta años que estudia idiomas y está especializado en japonés.
Dicha generación X proyecta una apatía o constante depresión, una pérdida de valores tradicionales y una adaptación -casi dependencia- a los adelantos tecnológicos. ¿Les suena familiar? No quieran eludir el hecho de que se identifican con esas actitudes argumentando que eso sólo les pasa a los gringos enajenados. Desgraciadamente, no. Si actualmente hablamos de que los valores estadounidenses se exportan y que las transformaciones sociales tienden a generalizarse por todo el mundo, es lógico que estos antivalores de consumo y apatía también se extiendan. Al contrario, ese sentimiento de pertenecer a algo tan grande como un globo inmenso -idea petrificante y escalofriante a la vez- explica la pérdida de la individualidad, de la voluntad propia, del espíritu de revolución y cambio que antes caracterizó a la modernidad, ante la sensación de perderse en el anonimato de las masas y de la intracendencia de nuestra existencia. La prueba de que éste fenómeno no se limita a los Estados Unidos somos nosotros, y más allá de entrar en discusión de si somos o no de la generación X, habrá que admitir que muchas de las posturas y situaciones son comparables a las nuestras, no obstante que el libro haya sido escrito hace 17 años.
Échenle un ojo, de verdad que no tiene desperdicio.
domingo, 18 de octubre de 2009
Vals en domingo.
El día transcurría normalmente. Levantarse tarde, ir a comer, el odioso mandado para la semana, etc. Nada nuevo. Sin novedades. Exceptuando quizá por ese gran y placentero paréntesis en el día que significó encontrarte a aquella ex compañera de la secundaria. ¡Dios, está más guapa que nunca! Si es que eso es siquiera físicamente posible.
En fin el día parece ser sólo la cuenta regresiva para la hora del futból. El partido: América-Puebla. Suena horrible, pero bueno ¿quién o qué se cree uno para decirle que no a un juego dominical de pambol por malo que este pinte?
La sorpresa es que no pasan el juego en la T.V. Increíble que Televisa pase por alto algo así. Es ahí cuando empieza la añoranza por la televisión por cable. Pero la solución esta ahí: la piratería. Sí, esas buenas películas que, compradas o prestadas, resultan ahora una opción para evadir la tarea.
Entre todos los discos aparece uno, el cual ya no recuerdas haber comprado o quién te lo prestó. Es una pelicula de animación. No eres fan, pero la portada promete. Una coproducción Israel-Francia-Alemania. Ganadora del Globo de Oro 2009 a la mejor película extranjera. Se llama Vals con Bashir. El título suena preocupantemente relacionado con las clases de Medio Oriente. Quizás pueda tener un doble propósito: matar el tiempo y aprender algo.
Sin vender trama, –o contar finales cómo Jaime- la película, desde mi muy particular punto de vista, abre nuestros ojos y consciencias a los horrores del mundo y de los que no tenemos idea. A veces condenamos olvidando que la gente que se ve envuelta en esas atrocidades también son humanos. Ríen, mueren, lloran y se trauman, con la misma o más facilidad con que nosotros lo hacemos.
Qué imbécil se siente uno después de contrastar nuestros problemas con los de esa gente; el sentimiento de hastío que comúnmente nos inunda con nuestras depresiones, problemas y malos recuerdos que quisiéramos borrar, ahora nos repugna. No podemos sino sentir pena por nosotros mismos y el mundo en que vivimos. Lo más repugnante es que seguramente en unos días yo y tú que lées esto, terminemos por olvidarlo y asumirlo como una más de las „inconveniencias“ de la humanidad.
Afortunadamente para nosotros todos los que nos rodean están inmersos en la misma vorágine de hipocrecía y cinismo. No hay riesgo de que alguien conocido sí recuerde algo (o crea hacerlo en sueños) y venga a confrontarnos con eso que evadimos intencionalmente. La mente humana tiene muchas puertas secretas y tapetes donde esconder lo sucio y lo podrido de nuestras vidas. Maldita la sociedad que se escuda en eso para no encarar su responsabilidad, su omisión y su apatía.
Gracias Ari Folman (director) por un domingo diferente. Lo digo con la intención de no olvidar jamás.
sábado, 17 de octubre de 2009
Golondrina.
De esto nos habla Amélie Nothomb, una de mis narradoras favoritas, en su libro Diario de golondrina. Un libro descojonado y descojonante en el que, entre otras cosas y sin revelar más sobre la trama, se evidencia el conflicto ético que siginifica atravesar la barrera de lo íntimo al leer un diario -blog, según prefieran o sea su experiencia- que en el caso de nuestro asesino pertenece a una jóven, la causante de sus suspiros y temblores; de sus fantasías y desfogues; y de sus crímenes y confesiones; aquella que empezó a amar en el instante siguiente al que la liquidó.
Como una crítica a las diversiones enfermas, cínicas y destructivas de nuestros días, donde nostalgia y soledad son elementos comunes en todas las sociedades, la narración de Nothomb, que hoy humildemente les recomiendo, no es una amenaza con la intención de que no lean mi blog y transgredan mi intimidad (pues no comparto nada personal ni secreto). Lo digo de verdad. A menos que planeen matarme entonces sí les recuerdo el único tabú del asesino: cruzar la línea de lo íntimo.
Por si no les pareció suficiente como para leer el libro les dejo un fragmento:
A eso le llamo fast-kill, en referencia al fast-food. Presumía de ello tan poco como los que frecuentan el McDonald's: los placeres inconfesables son los mejores.
domingo, 11 de octubre de 2009
12 de Octubre

La XIX Olimpiada fue una oportunidad para México. La oportunidad de abrirse al mundo. La oportunidad de difundir su cultura. La oportunidad de mostrar capacidad organizativa, estabilidad social y política. La oportunidad de representar al continente entero y a Hispanoamérica. Pero más que todo, significó la oportunidad de proyectar que se estaba inmerso en la modernidad.
Este interés se entiende debido al contexto del momento. El individualismo capitalista occidental se enfrentaba con el colectivismo de planificación socialista. No convenía dar la impresión de retraso. En un mundo que pugnaba por el progreso, que cifraba todas sus esperanzas en el futuro, la tecnología y el constante desarrollo y consumo, eso parecería sinónimo de comunismo, un tradicionalismo ciego o una religiosidad ignorante. Cualquiera de las anteriores significaba la no entrada al selecto club de países considerados modernos.
Las Olimpiadas son el hito de la era moderna. Representa el crisol de culturas conviviendo en paz, al menos por quince días, cada cuatro años. Al menos por dos semanas la razón se impone. Quizás por eso resultó tan escandalosa la asignación de la sede olímpica a un país del tercer mundo.
Hoy Brasil tiene la misma oportunidad. Bueno, ojalá pudiéramos decir que bajo las mismas condiciones, en las mismas circunstancias o con las mismas perspectivas a futuro. Lo cierto es que la designación de una sede olímpica es un voto de confianza que el mundo da a un país. Entonces la designación de Río de Janeiro para 2016 es el reconocimiento tácito del potencial, o realidad, de Brasil para el futuro próximo, -no por nada será el segundo pais "en desarrollo" en organizar unos Juegos Olímpicos- en momentos en que México está quizá más lejos que nunca de realizar un evento de esta talla y con dicha proyección internacional. Qué lamentable.
viernes, 9 de octubre de 2009
México-Egipto.
Las relaciones diplomáticas entre México y la República Árabe de Egipto datan de 1958. El año pasado, con motivo de los festejos por el 50 aniversario de dichas relaciones, vino a México la exposición de “Isis y la Serpiente Emplumada“, que seguro muchos de ustedes visitaron.
La primera representación oficial de México data de 1905, cuando fue establecido un Consulado Honorario en Alejandría con el objeto de atender las necesidades de embarcaciones mexicanas que transitaban por el Canal de Suez, abierto a la navegación en 1869. Sin embargo, no fue sino hasta el 31 de marzo de 1958 cuando México y Egipto establecieron relaciones diplomáticas.
El primer embajador mexicano acreditado fue Alejandro Carrillo Marcor quien el 1 de noviembre de 1959 presentó sus cartas credenciales ante la República Árabe Unida (Egipto y Siria) y posteriormente ante Egipto cuando en 1960 fue abierta la Embajada mexicana en El Cairo el 12 abril 1960. Su misión diplomática concluyó el 1 de mayo de 1962.
Si bien las sociedades comerciales entre estos dos países han sido más bien lejanas (¡para 2005 Egipto se encontraba en el 6º lugar de los socios comerciales de México en el continente africano!) Lo anterior se traduce como que Egipto es nuestro socio numero ciento cuarenta y tantos - según palabras del propio cónsul egipcio en la Ciudad de México-.
Sin embargo por las afinidades culturales y sobre todo por las coincidencias en los ámbitos regionales e internacionales Egipto puede resultar una opción interesante para entrar al mercado africano.
Finalmente, las agendas coinciden en temas como lucha contra el terrorismo, derechos humanos, lucha contra la pobreza, cooperación para el desarrollo, y la reforma de la Naciones Unidas, entre otros, aseveraciones, todas ellas, muy encerradas en el marco de la formalidad y la diplomacia lo cual pone en duda su real compromiso más allá del discurso.
domingo, 4 de octubre de 2009
La letra.
Como dije, no le importaba. Quizá algún día seria médico y entonces su letra tendría justificación. La mala letra, las cartulinas pegadas en la pared y los cuadernos destinados a practicar la caligrafía envejecieron de aburrimiento. El asunto quedó en anécdota.
El ser indescifrable tenía sus ventajas. Era cómodo y le permitía escribir lo que de verdad sentía y pensaba. Ante cualquier problema o mal entendido la salida más fácil era escudarse en sus ilegibles trazos. Por otro lado podía manejar más fácilmente el rechazo. Si a alguien no le gustaba lo que escribía seguro era por que no le había entendido a sus patas de araña.
Pero ahora, con los procesadores de textos, mails, blogs, computadoras, etc. no había como encubrir errores e ideas impopulares. No es que le importe el reconocimiento, pero ahora se enfrenta a la posibilidad de que la gente, ahora sin pretextos, reaccione con indiferencia a lo que decide plasmar y simplemente lo ignore o decida dar clic en otro blog.
José Saramago –sí, el mismo en persona- dijo alguna vez que los blogs estaban logrando que la gente escribiera más pero peor. Devastador comentario para cualquiera que aproveche esos medios para publicar lo que de otro modo jamás escribiría. Ahora la pluma y la hoja en blanco no parecen tan mala idea. Al menos esas estaban condenadas al anonimato y a la seguridad del último cajón de un escritorio bajo llave.
sábado, 3 de octubre de 2009
"Imperio Egipto".
Pero bueno ¿en que estaba? Ah si, Alejandro Dumas 131. ¿Voy bien o me regreso? Bueno, voy sobre Horacio, hasta ahí voy bien. ¡Mira, la embajada de España! ¡Qué bonito edificio! ¡Qué bonita colonia! Es increíble. Y dicen que no hay dinero en este país. Concéntrate, sigues perdido.
Lo mejor será preguntarle a algún buen samaritano. Y literal, aquí esta lleno. ¿En que momento llegue a Tel Aviv que no me di cuenta? Pero no los puedo interrumpir, están haciendo sus compras en su minisuper de comida kosher. ¿Sería políticamente incorrecto acercarme y preguntarles si saben dónde se encuentra la Embajada de Egipto?
Mejor me ahorro ese pequeño inconveniente diplomático y me aplico con mi orientación. ¿El metro Polanco? Esta hacia… allá. Ok. ¿Masaryk? Mmm… allá. Acabo de pasar la iglesia de San Agustín, eso me indica que… no se a donde voy. Ya la había visto dos veces.
Por fin: Alejandro Dumas. 207, 211,217, 223… momento, la numeración va subiendo. ¡Carajo! era para el otro lado. A lo lejos veo algo que se asemeja a la bandera egipcia. Pero es pronto para festejar, menos con la suertecita que he tenido hoy.
-¡No me diga eso poli! ¿Cómo que hoy no reciben a nadie? – otra vez la mala suerte.
- Pero la página decía que si recibían – yo mismo se que es un mal argumento justo al instante que termino de decir la frase. En este país por muy egipcio que seas terminas por actuar como chilango.
Total nada pierdo con intentar. -Tin, ton- soné el timbre. ¡Dios, el egipcio que abre tiene más cara de matón que el “Mochaorejas”! Bueno, ya entra, no caminaste hasta acá para que te detenga un individuo que apenas habla español. Sería buena oportunidad para practicar lo poco de árabe que he aprendido.
El portero resulta más amable de lo que aparenta. -Vengo a ver al Sr. Abdel Hamid- bien, eso sonó bien y con mucha seguridad. Toda la seguridad desaparece cuando el Sr. Hamid en cuestión te informa que no habla español. No hay problema, sé inglés, según. Aunque no venía preparado mentalmente para hablar en otro idioma, más allá de un saludo en árabe si acaso.
Ya no estoy tan seguro de si sé inglés o no. El acento de este hombre realmente me hace dudarlo. ¿De qué sirvió todo ese tiempo, dinero y esfuerzo para estudiar inglés si no le entiendo a alguien que igual de lento que yo? Ya no te azotes, de cualquier forma no te puede ayudar. No tiene la información que necesitas y aunque la tuviera su oficina es un desmadre, por decir lo menos.
Siendo positivos, la experiencia ha sido, digamos, interesante. Una manera distinta de pasar un viernes. Por lo pronto vamos a casita que hace un calor verdaderamente infame. Y ahora ¿hacia dónde estaba el metro Polanco?
*Todo lo anterior o parte de ello es ficción. Me jacto (jajaja) de contar con un excelente sentido de la orientación.