domingo, 25 de octubre de 2009

Todo esto por un concierto del que ni siquiera soy tan fan...

Mientras escribo estas palabras soy parte de la perrada globalizada que, por decisión propia o por imposición mediática, sintoniza el concierto de U2 en Youtube.

Síntesis de la era de las telecomunicaciones, este concierto promete lo imposible: – aunque con sus obvias fallas técnicas que no sé si atribuir a mi módem o al equipo técnico de U2- unir al mundo por un sólo motivo (por superficial que este sea) por un espacio de tiempo de entre dos o tres horas, pasando por alto las diferencias de raza, sexo, clase, credo, edad y, por primera vez, ubicación geográfica.

No me definiría como un fan de U2. La verdad me considero fanático de pocas cosas. No es que no haya cosas que me emocionan pero no suelo compartir esa idolatría a los ídolos populares. Me resisto a creer que pueda haber en el mundo alguien con gustos iguales a los míos. Esta bien compartir afinidades e intereses, pero me gusta sentir que no soy del montón. Aunque definirse, o negarse a hacerlo, como parte de un grupo selecto y completamente original también es utópico hoy día. Veamos el caso de los movimientos de contracultura. Esas que algunos llaman tribus urbanas con cierto desprecio. ¿Qué caso tiene definirse como punk, emo, skato, skater, cholo, pandroso, rastafari, gótico, dark, hippie, fresa, naco o como cualquiera de sus posibles combinaciones si ya hay en este mundo, deambulando igual que tú, otros tantos miles o millones que también quieren y creen ser únicos, especiales y diferentes?

A estas reflexiones me llevo un evento como el de hoy. Un evento del que creo se debe ser parte aunque no se sea fan. Es de esos eventos obligatorios, esos que todo el mundo debería presenciar para poder decir que pasó por este mundo en cierto espacio irrepetible de tiempo. Un concierto de música clásica o de los tres tenores; un clásico de fútbol en Argentina o España; un concierto de Michael Jackson o Madonna; participar en una marcha multitudinaria hacia el Zócalo o comer un plato de alguna comida exótica y asquerosa; probar alguna droga o pasar un día haciendo y diciendo las cosas que salieran de nuestros labios sin preocuparnos del que dirán; o cualquier cosa que les resulte estimulante y catártico, pero que no podrían morir sin haber intentado.

Todo esto por un concierto del que ni siquiera soy tan fan y del cual no les puedo platicar porque la transmisión – al menos para mí- se interrumpió. En fin, seguiré con mi tarea.

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