Reflexionando sobre las características que nos identifican como mexicanos noté que nuestra relación con el tiempo es algo curiosa, por decir lo menos.
Para empezar vivimos en el presente. El pasado es importante. Por algo tenemos ese respeto por los muertos. Pero lo cierto es que pocas veces nos arrepentimos de algo –quizá eso sea bueno- pero a la vez jamás aprendemos de nuestra historia. Parecemos condenados a repetir una y otra vez los mismos errores y, peor aún, ha preguntarnos cada vez por qué será que tenemos tan mala suerte.
Con el futuro la relaciones distinta. Si bien el mexicano (dicho en términos de Chava Flores) se la pasa soñando e idealizando el futuro – ¡¿A qué le tiras cuando sueñas mexicano?!- pero pocas veces hace algo concreto por alcanzar ese ideal. Somos buenísimos para dar el primer paso (si algo tenemos es iniciativa), lo demás, creemos, llegará por añadidura o bajará del cielo. Si no ¿Cuántas primeras piedras de edificios o carreteras hemos puesto? ¿Cuántos propósitos de año nuevo como ahorrar, bajar de peso, etc. mueren después de haber abierto una cuenta o de comprar unos pants?
Lo último, es quizá lo más cotidiano. Es lo más común y es con lo que más nos identifican a nosotros y a nuestro uso del lenguaje. Es un término del que no se sabe con claridad el significado, duración o exactitud. Depende de la percepción del que lo dice y reta la paciencia del que lo escucha. De eso les escribiré ahorita pero después de cenar.
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