De esto nos habla Amélie Nothomb, una de mis narradoras favoritas, en su libro Diario de golondrina. Un libro descojonado y descojonante en el que, entre otras cosas y sin revelar más sobre la trama, se evidencia el conflicto ético que siginifica atravesar la barrera de lo íntimo al leer un diario -blog, según prefieran o sea su experiencia- que en el caso de nuestro asesino pertenece a una jóven, la causante de sus suspiros y temblores; de sus fantasías y desfogues; y de sus crímenes y confesiones; aquella que empezó a amar en el instante siguiente al que la liquidó.
Como una crítica a las diversiones enfermas, cínicas y destructivas de nuestros días, donde nostalgia y soledad son elementos comunes en todas las sociedades, la narración de Nothomb, que hoy humildemente les recomiendo, no es una amenaza con la intención de que no lean mi blog y transgredan mi intimidad (pues no comparto nada personal ni secreto). Lo digo de verdad. A menos que planeen matarme entonces sí les recuerdo el único tabú del asesino: cruzar la línea de lo íntimo.
Por si no les pareció suficiente como para leer el libro les dejo un fragmento:
El desconocido ideal es el hombre de la calle, aquel con el que nos cruzamos sin ni siquiera mirarlo. Si decides matarlo, se debe únicamente a que el momento es propicio; no hay terceros. La ocasión hace al ladrón. Cuando le pegas dos tiros en al cabeza, no sabes quién es el más sorprendido, si él o tú.
A eso le llamo fast-kill, en referencia al fast-food. Presumía de ello tan poco como los que frecuentan el McDonald's: los placeres inconfesables son los mejores.
A eso le llamo fast-kill, en referencia al fast-food. Presumía de ello tan poco como los que frecuentan el McDonald's: los placeres inconfesables son los mejores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario