domingo, 27 de septiembre de 2009

Tú, el otro yo.


Desde hace días que quería escribirte. El jueves hubiera sido un buen día, pero andabas ocupado y no quise interrumpirte. De cualquier forma no hubieras hecho caso a esto. Si ya te conozco, cada vez que te quiero decir algo te haces el desentendido.

Te observo todo el año pero es hasta estos días que me puedo dirigir a ti. El privilegio (cruz) de reprenderte a diario le toca a tu consciencia. Pobre incauta, ¿cómo demonios fue a aceptar ese trabajo?

Te conozco y te conozco muy bien. Y eso es quizás a lo que más le temes de nuestra relación. No hay lugar para esconderse. No hay tapetes debajo de los cuales puedas ocultar secretos. Tal vez por eso me ignoras. Pero siempre has sabido que ando por ahí. Sabes que no soy un pervertido que acosa a la gente. El miedo que eso produce sería muy burdo y elemental. Más bien soy ese alguien que lleva la vida que tú no quieres o no te atreves a llevar. Eso te aterra cuando no te hace corroer de la envidia. Tú bien sabes cuales son tus límites, miedos y aspiraciones más secretas, no voy ventilar nuestras intimidades aquí.

Sin embargo comparto una preocupación contigo: ¿Quién es el maligno y quién el bueno? De entrada, ¿hay un maligno o es la mentira que nos contamos todos los días y que nos gusta creer? ¿de verdad somos lo que somos o todo se nos va en poses y pretensiones?

Haces como que no te importa, pero aún así siempre volteas a ver si alguien te sigue, como ayer en el metro. No es temor a la delincuencia. No, revisas haber si no te sigo para imitar algo de lo que haces. ¡Por favor, qué soberbia! Despreocúpate, no me interesan tus intentos fútiles por hacer algo que te distinga.

A estas alturas te debes estar preguntando por qué me dirijo a ti y quién soy. El porqué es obvio: cada año hay que hacer un examen de consciencia, y nuestro onomástico parece ser la fecha indicada. Debería ser reflexivo y autocrítico pero yo te cuestiono únicamente por molestar. En eso sí que nos parecemos. Tenemos 22 años y la mayor queja que tengo es que has logrado hacernos parecer de 28.

¿Todavía no sabes quién soy? No creo, si alguna cualidad tenemos es que somos perspicaces, pocas veces se nos va algo. Como sea te explico. Soy ese que a veces te parece ver reflejado en alguna ventana. Ese rostro que nunca termina por aclararse, ni por acercarse, siempre empeñado en conservar una distancia prudente ¿Quién sabe que podría pasar si nos topásemos de frente?
Vale más no arriesgar.

Atte. Walter Higo.

P.D: espera noticias mías el año que entra.

martes, 22 de septiembre de 2009

Reivindicación pelirroja.


De los pelirrojos (as) se habla mucho pero se sabe poco. -Son personas fogosas- dicen algunos. -Tienen relación con el diablo- aseguran otros. Por su valentía, exotismo o naques, (perdón, prometí ya no decir nada), de cualquier modo siempre han estado presentes en la historia.

Por eso hagamos un recuento del impacto de algunos pelirrojos famosos. A Judas Iscariote se le atribuye haber sido pelirrojo. Quizá de ahí la estigmatización contra los pelirrojos. Pero algo bueno debe de haber. Sigamos buscando.

En las cruzadas, según cuentan en mi clase de Medio Oriente, un personaje fundamental en la tercera cruzada fue el rey alemán Federico I. Apodado Barba Roja, guió a Europa a una confrontación épica por recuperar Tierra Santa. Aunque bien intencionado, murió ahogado en un río de una manera muy poco heroica, por no decir irrisoria. Busquemos otro ejemplo.

Ya que andamos con la realeza ¿qué tal Enrique VIII? Bueno, inició uno de los conflictos religiosos más importantes de la historia por su ocurrencia de divorciarse, sin mencionar su gusto por andar decapitando esposas, pero bueno era rey de Inglaterra. Quizá su hija Elizabeth Tudor, “La Reina Virgen”. Sin comentarios. Pero en su reinado Inglaterra venció a la Armada Invencible y florecieron artistas como Shakespeare. ¡Vaya! por fin algo positivo. También apoyó a Sir Francis Drake “Barba Roja”, que anduvo hasta por Campeche, pero del detalle de que era pirata mejor ni hablamos.

Pasemos a las artes. Vincent Van Gogh era pelirrojo y era un genio, bastante orate y sin oreja, pero un genio al fin y al cabo, aunque, acabó solo, pobre y prácticamente en el anonimato. Tal vez en el mundo de la actuación con Julia Roberts, Kirsten Dunst o Lindsay Lohan (famosa por ser su propia gemela) que revolucionaron al mundo del cine con sus películas (¡cof, cof!) ¡Qué difícil es esto de reivindicar a los pelirrojos!

Por otro lado, nuestra pubertad no hubiera sido lo mismo sin la pelirroja vocalista de Aqua (¡Come on Barbie let´s go party… a a a a ie!); o sin los videos de las Spice Girls, donde sobresalía -por su imagen, actitud y reputación- Geri Halliwell.
Aterricemos esto a temas más cotidianos. ¿Qué me dicen del jardinero Willie?, el violento y ebrio conserje de la escuela primaria de los Simpsons; o del ilustre hijo de Luis Gómez (profesor de Sociología de nuestra facultad) famoso por gritarle a Calderón: ¡Espurio! ¿Ven?, puro personajazo entre los pelirrojos.

En síntesis, si no conocen a un pelirrojo (a) deberían hacerlo pronto. Yo recomendaría a una en especial. Como quiera que sea, vaya, pues, desde aquí una disculpa a todas esas rubicundas cabezas y pecosas caras. Después de todo uno nunca sabe si algún día Lindsay Lohan revise mi blog. (¡Ánimas, que suceda!)

domingo, 20 de septiembre de 2009

Desfilando.




México, D.F., 16 de septiembre.- Son las 9 de la mañana y el metrobus en Doctor Gálvez parece no querer aparecer. En lo único que piensas es en todas las estaciones que te separan de la glorieta de Insurgentes y la cantidad de gente que seguro encontrarás en el metrobus, mientras tratas de recordar por qué olvidaste tu cámara una vez más.

Tu ritmo cardiaco se acelera como si fueras a toparte con alguna ex novia. – Tan sólo es un desfile. Solo serán unas horas de aglomeración- te repites una vez más para tranquilizarte. Es verdad, prefieres evitar las grandes concentraciones de gente. Parece tarde para arrepentirse, pero la fecha y las circunstancias parecen justificar tu presencia.

Hace años que no ibas al desfile, desde aquellos días en que tu padre te llevaba en hombros para que vieras bien. Ahora temes que quien te acompaña hoy te pida lo mismo. No hay manera, por eso te levantaste temprano: para ganar lugar.
Armado con una guajolota y un atole de arroz, parado frente al elegante Marriot de Reforma esperas a que inicie el espectáculo en el Zócalo, maldiciendo por qué no pensaste en traer un banquito. ¡Cuánta razón parece tener ahora tu madre!

Parado ahí entre la mexicanada, bajo amenaza de lluvia o calor extremo (en esta ciudad uno jamás sabe que esperar) piensas en el viejo cliché sobre este evento: “Es una exhibición burda de poder”. “Mera disuasión del Estado represor”. Pero no puedes evitar sentirte como niño o recordar al niño que eras, aquel que soñaba en convertirse en médico militar para desfilar en un jeep. Aquel que creció sólo para darse cuenta que lo que quería en verdad era el jeep.

Repasas la ruta pero no puedes evitar preguntarte si estás bien ubicado. ¿Pasan de ambos lados de avenida Reforma o sólo de uno? Como sea ya es tarde para arrepentirse, toda la avenida está copada. Niños y padres (desvelados por las fiestas por lo que no parecen de muy buen humor), vendedores y policías, ricos y pobres, todos mezclados para ver el espectáculo.

Dentro de la masa de gente no puedes evitar ver con envidia a la familia de la acera de enfrente. Esa que asumes es “de dinero” y que hábilmente se instaló con todo el equipo de acampar cómodamente y atestiguar el acto. – A ver, si, pero ni pensar en que uno de sus hijos desfile o siquiera sea parte del Ejército- piensas maliciosamente, aunque no externas tu opinión por miedo a parecer un resentido social.

Las pantallas muestran que el desfile ha comenzado en el centro de la ciudad. Te resistes a ver como si no supieras ya de antemano quienes van a desfilar. Aún así prefieres la sorpresa. Además, no estas ahí para verlo en una pantalla.

El tiempo pasa, pero muy lentamente. La ociosidad comienza a actuar. Molestar a tu acompañante no parece suficiente. Mentalmente te ríes pues te imaginas a esos soldaditos de 1.60 m en una guerra de verdad. Te reprendes y autocensuras por pensar así, pero sonríes al recordar aquel inolvidable sorteo del Servicio Militar cuando sacaste bola negra. También te acuerdas, con algo de temor, de aquel desfile en el que los aviones se cayeron solitos. No vaya a ser la de malas y hoy repitan.

Un orgullo inexplicable y un sentimiento patriótico poco usual te inundan. Debe ser la sugestión de las masas bajo efecto de tambores e himnos. A lo lejos escuchas helicópteros y a la gente que comienza a aplaudir y echar porras. En la distancia te parece distinguir lo que parece una bandera. Por fin, ahí vienen.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Independencia.

Hace días que deseaba publicar esta entrada. Idealmente el 15 o 16 de septiembre (días de gritos, desfiles, pozoles, banderitas, tequilas, confeti etc.) hubieran sido el contexto –o pretexto- perfecto. Pero (sí, siempre hay un pero) los días de asueto y holganza –léase días de puente para echarla- son sagrados. Son más que eso, son un derecho adquirido después de días de sacrificio y trabajo arduo. Y bueno, ya encarrerado el ratón, uno acaba por extender la inactividad hasta el fin de semana.

El tema de hoy: independencia. Esa palabra que escuchamos y con la que nos llenamos la boca cada vez que la pronunciamos, en este mes es sobreexpuesta, exaltada, comercializada y, la mayor de las veces, poco entendida.

El concepto político de independencia se opone al de dependencia. Después de ese momento de lucidez intelectual y habilidad sintética que ya quisieran muchos, expliquémonos. Parece obvio, pero da pie a pensar ¿de qué o quién somos independientes?

¿De los gachupines? Si evidentemente, aunque a Repsol no le parezca. ¿De una potencia extranjera? ¿De un sistema colonial de explotación? ¿Somos libres de hacer, decir, vender, comprar, decidir, crear, aprobar, prohibir, escribir, soñar, firmar, acordar, decretar, viajar, mover, criticar, ver, conocer etc. etc. cuanta cosa se nos venga en gana? ¿Necesitamos del permiso de alguien más?

Desde luego reconozco que no soy el primero en cuestionar por qué celebramos nuestra independencia, si en la práctica no contamos con tal. Ya el mismo Bolívar decía, (parafraseándolo y seguramente mal así que Uds. disculpen), de modo profético o como expresión de un sentido común bárbaro, que los Estados Unidos parecían destinados a plagar la miseria en nombre de la libertad.

Pero no caigamos en ideas negativas, después de todo es el cumpleaños de México, lo cual me lleva a otro conflicto personal. Ya sé que todos esperamos con emoción las fiestas del Bicentenario, pero ¿por qué festejar una mentira? ¿por qué permitir que se difunda una idea inexacta sólo por un nacionalismo exacerbado, si la verdad el país es más joven de lo que pensamos? Once años más joven. A todos nos enseñan en la escuela que la independencia se culminó en 1821. ¡Hasta los chiles en nogada fueron inventados por esas fechas para conmemorar la independencia y al ejército trigarante! Y aún así nadie dice nada.

Pero despreocúpense, ni mi espíritu aguafiestas ni mi poder de convocatoria (reducido a tres lectores) llegan a tanto, así que por hoy ya estuvo bien de blasfemias antipatrióticas. Mañana le sigo.

jueves, 10 de septiembre de 2009

A los altos les va mejor en la vida.


Sin duda, un título demoledor y provocador. Un buscapiés mediático nada más. No hagan caso Lucie, Karlita, Yarely y demás chaparritas cuerpo de uva que deambulan por ahí. Pero que conste que no lo dije yo, lo dijo Princeton.

Así como lo oyen, esta universidad estadounidense realizó un estudio para determinar el nivel de satisfacción y éxito de las personas de acuerdo a su estatura. Bien dicen que el tema de investigación no importa. Las taradeces en las que uno puede gastar los recursos en el primer mundo, mientras que a nosotros nos quitan 200 mdp.

Como sea, seguro se preguntarán, ¿por qué en un día donde los encabezados de todos los diarios hablan de México y el mundial o del Secuestro profético-evangélico, viene este individuo a hablarnos de una nota irrelevante para el acontecer mundial y nuestra formación académica? Son varias las razones. La primera, precisamente busca eso, evitar hablar de algo que predeciblemente podríamos discutir o conocer en otras clases. En segundo lugar, ¿acaso alguien (con conocimientos mínimos de fútbol) dudó que México iría al mundial? La cuestión del “secuestro aéreo” la pase por alto por la pena ajena que me dio. Imaginen, por fin atraemos la atención del mundo, México podría ser el escenario de un evento como el 9/11, ¿y con qué nos salen? Con la categórica confirmación de que en México, un país “curioso” y surrealista, donde todavía nos matamos a balazos – por decir lo menos –, hasta nuestros secuestros parecen sketch de la Carabina de Ambrosio o Los Polivoces.*


Pero la verdadera razón de elegir esta nota es simple y llanamente una: yo, soy alto. Si como la imaginaron, pudieron una vez más las ganas de joder, aunque apenas sobrepaso por unos centímetros la estatura que el estudio considera como promedio (1.77 m). Ya en serio, me interesó por lo cuestionable de los resultados.

El estudio, hecho por psicólogos por cierto (¡guiño, guiño!), resulta más que cuestionable. Por principio fue hecho en los Estados Unidos, país con un promedio de talla y estatura bastante elevado. Por otro lado, su metodología se basó en una escala de automedición que pide a los participantes imaginar una escalera y situarse escalones más arriba o más abajo, según lo satisfechos que se encontraran con sus vidas. ¡Qué abuso! ¿Se imaginan el deseo de los más bajitos por ponerse, al menos metafóricamente, por arriba de los gigantones? Más frustración para los peques. ¡Carajo, ni así!


Y bueno, ¿quién no quisiera cambiar algo de su físico? Pero de ahí a afirmar que las personas más altas tienen mejores ingresos y mejor educación hay un trecho. De ser así ¿como explicamos a Calderón, Napoleón o Messi? (Santa Macarena, perdón por ponerlos en el mismo nivel).


La autoestima, la confianza y el éxito están determinados por muchos otros factores. Eso lo sabe cualquier lerdo. La diferencia consiste en que los altos ven todo con otra perspectiva. Obvio, todo se ve más claro si no tienes que dar saltitos.


*Para los más jóvenes, digamos entonces de La Parodia o la Hora Pico.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Pinceladas.


El arte solía ser una reproducción de la realidad. Aun así, no dejaba de ser la abstracción particular de un artista. En gran medida, se podría decir que un pintor pinta su conceptualización del mundo, determinado siempre por el contexto. En términos de Ortega y Gasset, el “yo soy yo y mi circunstancia” es indisoluble de la actividad del artista, igual o más que para otros.

Esos “otros” seríamos, o al menos deberíamos ser, los científicos sociales. Pero la intención de mi humilde blog no es entrar en reflexiones sobre los textos de Mills, Ende, Adonon, Eco y compañía (para eso están las clases, y sería muy cómodo repetir lo mismo).

Entonces, sigamos donde nos quedamos. El arte tendía a imitar a la naturaleza. Tendía a reproducir su belleza, ¿qué caso tendría no buscar la perfección?, ¿no es el mejor homenaje, el máximo reconocimiento de lo pequeño que es el hombre y lo maravillado que está con la creación?

En eso andaban los artistas, cuando surgieron ciertos inconvenientes. La aparición de la fotografía como técnica artística y su promesa de capturar momentos únicos e irrepetibles con un proceso que hoy en día a muchos nos sigue fascinando. De la mano de estos “simplistas y comodinos” fotógrafos (sin ofensas Bonfil) llegaron otras “contreras”: las vanguardias.

En honor a la verdad, tenían razón. ¿A quién le interesa pintar cosas reales y tangibles si la fotografía ya congela y eterniza la aburrida vida cotidiana? Así, impresionistas, dadaístas, cubistas, surrealistas, expresionistas, futuristas, americanistas y atlantistas* se dieron vuelo renovando, adaptando e innovando tendencias en el mundo del arte.

Para fortuna o infortunio del arte, según distingan ustedes y sus gustos, volvieron al arte más interesante, más subjetiva. La enriquecieron con el debate sobre sus significados. El arte se volvió parte de un discurso, y como tal se acercó al a gente. Ahora la gente se podía identificar, con cierta técnica, autor u obra en particular.

Personalmente, si tuviera que escoger con que pintura me identifico o de cual sería parte, sin duda respondería que en una obra de Seurat o de Vermeer. Específicamente en la obra de Seurat “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte” por la tranquilidad que transmite, la viveza de sus colores, la aparente simplicidad e inocencia de la escena pero que encierra símbolos cargados de crítica social, y, por sobre todo, por la técnica: el puntillismo. Después de todo, no somos un todo monocromático, homogéneo y monolítico, ¿no estamos todos hechos de miles de pequeñas pinceladas?





*Ningún blog escrito por mi estaría completo sin mi alusión diaria al fútbol.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Le profil métaphorique.







El perfil metafórico fue el ambicioso, y bastante freudiano, título de mi tarea de francés de la semana pasada, con motivo de repasar le conditionnel présent. No es juego, parece como algo que yo inventaría para atraer lectores a este pobre blog, pero sucedió y fue idea de mi profesora.

Sin entrar en mayores detalles de lo que consistió dicha tarea, les cuento que se trató de un cuestionario que aspiraba a revelar los más oscuros y ocultos secretos de nuestra personalidad, esos que nuestra propia psique traspapela entre otros recuerdos y pensamientos felices.

El perfil en cuestión, planteado vagamente – para desilusión de algunos y alivio de otros – concentró en doce preguntas lo que podría dar una idea de nuestra manera de pensar, nuestra capacidad de análisis y solución de problemas, nuestros sentimientos y emociones, intereses y limitaciones. Es decir, era una mini proyección (casi exhibicionista) del yo.

Mi emoción fue grande al ver que tenia que responder esto, y además escribir una composición al respecto (¡cof, cof!). Las ambiciones psicológicas de conocer, desnudar e interpretar al hombre por medio de manchas, asociación de palabras, dibujos, frases incompletas y demás tests siempre me han parecido, para decirlo en una palabra, una ridícula y pretenciosa mentada de madre. ¡Ah caray!, creo que fueron siete palabras. Dejémoslo entonces en utopía.

En este punto seria interesante comunicarles, y a los que ya lo saben recordarles, que soy hijo de una psicóloga. Así es, crecí entre pruebas, exámenes, estadísticas y reflexiones sobre el comportamiento humano, y aquí estoy, tan campante, escribiendo l o que escribo. Para los que tengan reprimido a su psicólogo interior y crean tener conocimientos sobre la materia por haber ojeado algunos libros en el Sanborn´s les aclaro que no, no tengo un odio oculto hacia mi madre.

Siempre he creído que la psicología es el colmo del afán clasificador, racionalizador y catalogador de nuestra era. ¿Analizar a cada hombre y mujer, uno por uno, para buscar patrones y así encerrar al resto en una categoría rígida? Hasta la sabiduría popular lo sabe: cada cabeza es un mundo. Esta disciplina es entonces inútil, o al menos muy ociosa. Concedo que es muy interesante y tentadora la idea de poder “entender y descifrar” el comportamiento humano. Las ciencias sociales intentan hacer lo mismo pero a otro nivel. Quizá por esa relación amor/odio con la psicología terminé en Relaciones Internacionales, aunque, después de meditarlo y verlo plasmado en mi monitor, me doy cuenta que sí hacemos lo mismo y trabajamos con la misma materia prima. Al fin y al cabo, la Política y las Relaciones Internacionales están hechas por el hombre y como tal son imperfectas, por tanto están sujetas al escrutinio de la psicología, para hallar así la explicación – o justificación y pretexto – a sus decisiones.

Para terminar, con ánimo reconciliador, debo admitir que a la última pregunta del perfil metafórico respondí: Psicología. La pregunta, sólo por si se lo preguntaban, decía: ¿Si no hubieras estudiado tu carrera que otra habrías escogido? Únicamente desde dentro podría conocer al objeto de mi resistencia, desde dentro podría cuestionarlo, como si de afiliarse al PAN se tratara. La curiosidad y el ánimo de joder habrían ganado.

Por cierto, ¿ustedes qué ven en estas manchas?

jueves, 3 de septiembre de 2009

¿Buena suerte?, ¿mala suerte?, ¿quién sabe?

Dicen que todos necesitamos del factor suerte. En el fútbol se dice que un penal es mitad técnica, mitad mental y mitad suerte. Momento, 1, 2,… ¿tres mitades?, ya debo tener sueño. Lo cierto es que, aunque vivimos imbuidos por la razón y su rigor, nos encantan los ritos y supersticiones para atraer a la suerte. Si lo sé yo, hay alguien que lo sabe todavía mejor y lo sabe aprovechar en su beneficio: los chinos. Encontraron un nicho en la debilidad occidental por conocer nuestra fortuna. Podremos decir lo que sea de ellos, pero saben explotar nuestras pasiones. Y, para eso, no hay mejor ejemplo que las galletas chinas de la fortuna.

Hace unos días fui a un restaurante chino. Después del atracón, que no les describo para no despertar antojos y/o náuseas, llegó ese momento místico de empaparme de sabiduría milenaria oriental, de reflexionar con el sabio imaginario popular de la China (aunque - en un ataque de honestidad y para tumbar mis propias fantasías- debo admitir que alguna vez escuché que son obra de escritores de origen chino, hacinados en las bodegas de restaurantes en San Francisco).

No se ustedes, pero para mí es emocionante el proceso, nunca sabes que te pueden decir, aunque es muy probable que sólo haya tres o cuatro mensajes diferentes en toda la caja de galletas, pero bueno uno se hace menso y se emociona igual.

Como se imaginarán el mensaje fue muy general, y me dijo poco. La verdad es que también uno escucha (lee) lo que quiere y según le convenga. Como sea, les comparto lo que decía, quizá a alguno de ustedes le sirva:

“Depende de la predilección y estabilidad de la vida para sostenerte”.

La decepción fue grande. Además del sabor a ostia sin consagrar, esperaba del mensaje algo más preciso, de tipo: “No te duermas en el metrobus o acabarás desorientado y apenado en Corregidora”. Eso hubiera sido muy útil este miércoles, pero, como suele decirse, esa es otra historia.

Ya que reflexionaba sobre temas de la buena o mala suerte me topé con una nota periodística que me preocupó. Al parecer están lloviendo cuarentonas en Barcelona. No leyeron mal. Con el perdón de la hoy occisa, que espero no venga a reclamarme (¡pff!, ¡ya no hay respeto¡), un peatón (hombre de cincuenta años) falleció al caerle encima una suicida que se arrojó desde un octavo piso. Ambos murieron. No es de risa, lo sé, pero ejemplifica los contrastes que hay cuando se habla de suerte. Seguro pensarán, ¿cuáles contrastes? Yo no tengo la respuesta, pregúntenle al acompañante del finado, quien resultó ileso.

No puedo evitar el morbo que me da imaginarme compartiendo un plato de chop suey o pollo almendrado y departiendo con alguno de estos tres, únicamente para así, conocer el mensaje de sus galletas. Si la predestinación es cierta, ¿en momentos previos a una inminente, pero sorpresiva, muerte, algo o alguien nos dan señales?, ¿se comunicará la muerte por medios insospechados, como una galleta/cartón de menos de 5 gr?

Personalmente, espero ya con expectación mi próximo atracón.