
El arte solía ser una reproducción de la realidad. Aun así, no dejaba de ser la abstracción particular de un artista. En gran medida, se podría decir que un pintor pinta su conceptualización del mundo, determinado siempre por el contexto. En términos de Ortega y Gasset, el “yo soy yo y mi circunstancia” es indisoluble de la actividad del artista, igual o más que para otros.
Esos “otros” seríamos, o al menos deberíamos ser, los científicos sociales. Pero la intención de mi humilde blog no es entrar en reflexiones sobre los textos de Mills, Ende, Adonon, Eco y compañía (para eso están las clases, y sería muy cómodo repetir lo mismo).
Entonces, sigamos donde nos quedamos. El arte tendía a imitar a la naturaleza. Tendía a reproducir su belleza, ¿qué caso tendría no buscar la perfección?, ¿no es el mejor homenaje, el máximo reconocimiento de lo pequeño que es el hombre y lo maravillado que está con la creación?
En eso andaban los artistas, cuando surgieron ciertos inconvenientes. La aparición de la fotografía como técnica artística y su promesa de capturar momentos únicos e irrepetibles con un proceso que hoy en día a muchos nos sigue fascinando. De la mano de estos “simplistas y comodinos” fotógrafos (sin ofensas Bonfil) llegaron otras “contreras”: las vanguardias.
En honor a la verdad, tenían razón. ¿A quién le interesa pintar cosas reales y tangibles si la fotografía ya congela y eterniza la aburrida vida cotidiana? Así, impresionistas, dadaístas, cubistas, surrealistas, expresionistas, futuristas, americanistas y atlantistas* se dieron vuelo renovando, adaptando e innovando tendencias en el mundo del arte.
Para fortuna o infortunio del arte, según distingan ustedes y sus gustos, volvieron al arte más interesante, más subjetiva. La enriquecieron con el debate sobre sus significados. El arte se volvió parte de un discurso, y como tal se acercó al a gente. Ahora la gente se podía identificar, con cierta técnica, autor u obra en particular.
Personalmente, si tuviera que escoger con que pintura me identifico o de cual sería parte, sin duda respondería que en una obra de Seurat o de Vermeer. Específicamente en la obra de Seurat “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte” por la tranquilidad que transmite, la viveza de sus colores, la aparente simplicidad e inocencia de la escena pero que encierra símbolos cargados de crítica social, y, por sobre todo, por la técnica: el puntillismo. Después de todo, no somos un todo monocromático, homogéneo y monolítico, ¿no estamos todos hechos de miles de pequeñas pinceladas?
Esos “otros” seríamos, o al menos deberíamos ser, los científicos sociales. Pero la intención de mi humilde blog no es entrar en reflexiones sobre los textos de Mills, Ende, Adonon, Eco y compañía (para eso están las clases, y sería muy cómodo repetir lo mismo).
Entonces, sigamos donde nos quedamos. El arte tendía a imitar a la naturaleza. Tendía a reproducir su belleza, ¿qué caso tendría no buscar la perfección?, ¿no es el mejor homenaje, el máximo reconocimiento de lo pequeño que es el hombre y lo maravillado que está con la creación?
En eso andaban los artistas, cuando surgieron ciertos inconvenientes. La aparición de la fotografía como técnica artística y su promesa de capturar momentos únicos e irrepetibles con un proceso que hoy en día a muchos nos sigue fascinando. De la mano de estos “simplistas y comodinos” fotógrafos (sin ofensas Bonfil) llegaron otras “contreras”: las vanguardias.
En honor a la verdad, tenían razón. ¿A quién le interesa pintar cosas reales y tangibles si la fotografía ya congela y eterniza la aburrida vida cotidiana? Así, impresionistas, dadaístas, cubistas, surrealistas, expresionistas, futuristas, americanistas y atlantistas* se dieron vuelo renovando, adaptando e innovando tendencias en el mundo del arte.
Para fortuna o infortunio del arte, según distingan ustedes y sus gustos, volvieron al arte más interesante, más subjetiva. La enriquecieron con el debate sobre sus significados. El arte se volvió parte de un discurso, y como tal se acercó al a gente. Ahora la gente se podía identificar, con cierta técnica, autor u obra en particular.
Personalmente, si tuviera que escoger con que pintura me identifico o de cual sería parte, sin duda respondería que en una obra de Seurat o de Vermeer. Específicamente en la obra de Seurat “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte” por la tranquilidad que transmite, la viveza de sus colores, la aparente simplicidad e inocencia de la escena pero que encierra símbolos cargados de crítica social, y, por sobre todo, por la técnica: el puntillismo. Después de todo, no somos un todo monocromático, homogéneo y monolítico, ¿no estamos todos hechos de miles de pequeñas pinceladas?
*Ningún blog escrito por mi estaría completo sin mi alusión diaria al fútbol.
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