domingo, 21 de marzo de 2010

Estadio Azteca



La enésima tarde en el Azteca, pero qué mas da. Preferible eso a ver empatar al Osasuna contra el Betis en otro soso juego en el Sadar. Seguro en alguna parte de Pamplona un ocioso navarro piensa exactamente lo contrario.

Andrés Calamaro, cantautor argentino, asegura en una de sus canciones que cuando era niño y conoció el Estadio Azteca, se quedó mudo. Según sus palabras, le aplastó ver al gigante. Cuando regresó, ya como un adulto, la impresión no fue menor. En un arrebato de creatividad decidió titular a esa canción, simplemente, “Estadio Azteca”.

Independientemente de si se es o no un aficionado al balompié (qué feo se escucha, es futbol), el Coloso de Santa Úrsula es un referente de esta ciudad y de la historia reciente de este país. Icono venerado por igual por argentinos (en razón del milagro de la mano de Dios); alemanes e italianos (por aquel imborrable Partido del Siglo); brasileños (que vieron quizá al mejor Brasil de la Historia en México 70); y evidentemente por los mexicanos, que de fortaleza impenetrable de la selección no lo bajamos (para que no digan que todo lo relaciono con el América).



En fin, como ven, razones sobran para sentirse emocionado cuando uno se acerca a la obra de Pedro Ramírez Vásquez –arquitecto-. La primera vez que visité el Azteca mi emoción era doble. Añadido a las monumentales dimensiones del inmueble, -que mi madre se había encargado de minimizar y adelantar la sensación de vacío e insignificancia que lo invade a uno al entrar (por cierto, gracias por el spoiler)-, estaba la emoción de ser mi primer juego en el Azteca. Así es, yo jugué en el Azteca.

Es verdad, que fue en una de las 16 mini-canchas que resultaron después de dividir la cancha oficial; muy cierto es también que yo solo tenía siete años; y todavía más incuestionable es la rechifla de la gente que nos veía –exceptuando a nuestros padres, espero- que esperaban que termináramos para que empezara el América vs Celaya.

¿Cómo olvidar todo eso? Indiscutiblemente, la mejor sensación que me queda de eso es saber que soy uno de los pocos en haber cometido un flagrante penal en lo que podríamos llamar una acción desesperada ante una acción manifiesta de gol. ¡Qué Brizio me perdone!

El resultado: perdimos, pero eso qué importa.

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